CUENTEROS PERO NO FLOREROS

Wayqui, conocido narrador de nuestro medio, inaugura el festival “Todas las palabras, todas”, evento que tiene como eje central la narración oral, una tradición aparentemente ¿perdida?

CUENTEROS PERO NO FLOREROS

“Esta es la historia de tres animales: una llama, un carnero y un perro. Los tres viajaban por la sierra de Huancayo y como todas las personas y los animales cuando se encuentran se cuentan, y se cuentan cuentos.” Con el inicio de este relato, Wayqui (seudónimo de César Villegas) resume la esencia del festival “Todas las palabras, todas”, evento que organiza y que tiene como eje central la narración oral, una tradición aparentemente ¿perdida?

Escribe: La Shaparrita

El arte de contar historias es, sin duda alguna, el oficio más antiguo del planeta en que vivimos; aunque algunos aseveren que sea otro. Como una forma de registrar nuestro paso por la vida, las historias estuvieron siempre en cada acto social desde tiempos remotos; incluso los peregrinos que buscaban techo para continuar sus viajes, pagaban su estancia como cuenteros. Luego llegó la TV y, cual machetazo, se cortó la tradición. Pero como bien sentencia el colombiano Nicolás Buenaventura, invitado a esta tercera edición, “el mundo detrás de una pantalla es demasiado estrecho”. Es así como en Francia, a mediados de la década del 70, nace –o renace- el movimiento del nuevo cuento: ni más ni menos que un grupo de personas que comprendió que se podían seguir contando historias verbalmente. Y puesto que innegablemente existe una necesidad humana por relatar sucesos, este festival internacional de narración oral responde a esta para saciarla, para enseñarnos a no volver a extraviar la tradición.

DE INGA Y DE MANDINGA, DE REYES Y DE PÉREZ
El primer volumen de este evento coincidió con el centenario de José María Arguedas. Pero como las casualidades no son gratuitas, la figura del escritor quedó como insignia “porque él fue el primero en plantear la problemática de nuestra identidad, en denominarnos como país de todas las sangres”, nos explica Wayqui, factótum de este esfuerzo que este año suma a los narradores peruanos a cuenteros de Brasil, Colombia, España, Finlandia y de la República del Congo.

Y respondiendo consecuentemente a la cachetada que nos metió Arguedas con eso de que el Perú no es Lima, “Todas las palabras, todas” se inauguró el pasado sábado 24 en Trujillo y tendrá como sedes también a Cusco, Amazonas, Ayacucho, Junín y Loreto. Recién hoy llega a Lima. Descentralización, que le dicen.

Pero, querido lector, no se tome a la ligera este oficio. Elimine de su imaginario la asociación cuento=niños. Tanto Nicolás como Wayqui y el también peruano Gustavo Cabrera, tienen la suerte de vivir de esta faena, de viajar por el mundo contando historias. Fue justamente en Irán donde el colombiano y Wayqui se conocieron.

En nuestro país la narración oral recobró fuerza desde los espectáculos enfocados a niños y esto, de alguna manera, mella en su audiencia. ¿Cuáles son los temas centrales de sus cuentos?
W: En mis viajes he ido un poco en representación del cuentero peruano, entonces esperaban mucho escuchar los mitos de Mama Ocllo y similares. De hecho sí son temas de mi interés puesto que yo soy de Huancayo, así que la cosmovisión ‘Wanka’ está presente en mis cuentos ya que desde ahí se inició mi búsqueda, desde de mi identidad. Pero mis cuentos están llenos de sub-temas, entonces, cada quien encontrará el tema con el cual identificarse según lo que le toca vivir.

N: Una vez le pregunté a una etnolingüista francesa por qué yo había escuchado los mismos cuentos en África, en Colombia, en Francia, en lugares perdidos. Y ella me contestó algo muy sentado: todos los pueblos del mundo se hacen las mismas preguntas; de dónde venimos, a dónde vamos, para qué estamos aquí. Sí escribo mis propias historias pero sin duda parten de una tradición, que es el eje de mi dramaturgia. Pero también tengo historias que no contaría nunca porque fueron concebidas para ser leídas.

G: Si bien sí narro cuestos para niños, no los subestimo, no exagero ni fuerzo el cuento con el afán de hacerlo “educativo”, ni hablo todo en diminutivo. También me gusta el cuento social, me permite hablar sobre aspectos que yo veo en la sociedad que debo ponerlos sobre el tapete. Ojo, no busco transmitir una enseñanza puesto que no me considero un solucionador de problemas pero sí plantearlos, decir que existen desde mi arte.

A pesar de ser uno solo en el escenario, no se está aquí en soledad; la narración es un diálogo constante con el espectador/oyente, ¿cómo es su relación con éste y su proceso de montaje?
W: Tengo una relación constante con el público no solo en escena. Yo viajo mucho al interior del país escuchando a la gente de los pueblos hablar, son mi fuente de material. Pero el silencio también dice mucho ahí arriba.

G: Siempre estoy al pendiente de sus reacciones. Esto hace que contar la misma historia siempre sea distinto, me doy la oportunidad de sorprenderlo y sorprenderme. Además utilizó la música como puente entre uno y otro cuento.

N: La narración es para mí la primera forma teatral pero cuyo secreto reside en resistir la representación teatral. Esto me lo dijo mi padre (es hijo del dramaturgo y hombre de teatro Enrique Buenaventura), hecho que me ayudó mucho cada vez que tengo que materializar un montaje. Pero para mí la descripción está pegada a la acción, ayuda así a matizar las palabras desde el acontecimiento, lo que fortalece el entendimiento del público.

¿Es la universalidad una búsqueda en sus historias?
N: Pretender buscarla limitaría el cuento a una simplificación terrible. Entre más un cuento hunda sus raíces en una cultura singular, en una forma particular de hablar, más universal es. Por eso rehúyo a aquellos que tratan “traducirme” parte del vocabulario al argot del lugar donde me toca narrar. Cuando cuento en francés el español está presente todo el tiempo. La universalidad está en las personas que escucha, que es capaz de apropiarse de las palabras desde su mundo.

W: Es un poco pretensioso pensar que uno pueda escribir algo que se comprenda en todo el mundo. No lo busco.

Cierto es que todos podemos contar historias, de facto lo hacemos todo el tiempo, pero pararse en un escenario requiere de una serie de habilidades, ¿qué se ha potencializado en ustedes?
N: Los cuentos que cuento me han ido formando en el instrumento para contarlos. Así va a cambiar mi relación con los demás, va a cambiar mi manera de comportarme con los que me rodean. Necesito volverme coherente con ese cuento.

W: Es un gran trabajo de aceptación, de humildad. El cuento me trabaja. Y así como llegan, se van porque ya no representan una etapa. Y hay que saber dejar ir.

G: Me ha permitido afinar la escucha y la observación de todo lo que me sucede, ser más receptivo.

SOY EL VERBO QUE DA ACCIÓN
Si bien los tres tienen en común su formación como actores, son conscientes que esto no ha sido más que una ligera plataforma ya que el narrador posee una serie de registros a pesar de que no se trata de interpretar a los personajes de los que se habla. Son conscientes también de que su arte no le imponen el tener que mantenerlos, aunque en el presente las musas proveen. Saben que esto no es su modus vivendi pero sí su leit motiv, un pulso vital que necesita tiempo para macerarse. Nicolás, quien en la medida de lo posible suele viajar con Pilar, su compañera (así le gusta llamarla) quien es también su asistente técnico, puede tomarse un año en montar un espectáculo que lo deje satisfecho.

Contar es la finalidad primordial. Pero ello significa un desplazamiento constante, una migración que se inicia en el interior y a la cual el cuerpo no colonizado en el sedentarismo responde tanto desde la imaginación como desde el movimiento físico y tangible para así crear, romper, reconstruir y compartir nuestra propia historia, para lograr una reflexión conjunta que nos ayude a perdonar nuestro pasado. El cuento, entonces, está a medio camino entra la pregunta y la respuesta pero no es la respuesta, sino una manera de abordar la pregunta desde nuestra ontología, sobra la que se asienta nuestro presente y sin el que es imposible mirar al futuro. “No soy capaz de contar cualquier cuento. Sólo aquellos que me cambian, que me obligan a ser otro, que me enseñan a ver la vida de manera distinta y esos son los pocos cuentos que cuento”, concluye Nicolás. ¿Te faltan razones para ir?

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