EVANGELINA: DE LA TV AL TEATRO

Delfina Paredes, actriz de largo historial e intérprete de "Evangelina" en los años 70, habla sobre las representaciones de la mujer andina en la televisión peruana.

EVANGELINA: DE LA TV AL TEATRO

Escribe: Joséagustín Hayadelatorre (*)

Delfina Paredes no es sólo una de las actrices de más trayectoria e historial en el teatro peruano es, también, la interprete de «Evangelina», una de las primeras representaciones de la mujer andina en la televisión nacional (y un personaje que continúa vivo, después de tantos años, en el escenario). Generada en los años 70, Evangelina es una «paisana» de otra época, una que llegaba a nosotros con reivindicaciones y afirmaciones de su identidad, no con ánimo de cuestionable «humor» o de burla. Conversamos con Delfina sobre la historia de su personaje y, por supuesto, el estado de las representaciones de la «chola» en la cultura popular peruana.

¿Qué te parece la caracterización de la paisana Jacinta?
Fugazmente, me habré encontrado con ella en la pantalla en dos oportunidades y cambié de canal. Es decir, que no me he detenido a verla. No puedo darte una opinión cabal de lo que hace Jorge Benavides. Sin embargo, lo que sí te podría decir es que los cómicos imitadores tienen que recurrir a un estereotipo que a veces ellos creen el adecuado para conseguir audiencia, porque de eso se trata.

¿Cómo piensas que la gente ve a la paisana Jacinta?
Me imagino que alguna gente se va a reír, burlándose de este personaje, porque “cuidadito, yo no soy eso. Ella es una india. Ella es una chola, que yo no soy”.

¿Qué diferencia hay entre un cómico y un actor?
La diferencia con un actor es que este no imita, es el personaje. Por eso un actor puede decir “yo soy el cholo”. Por ejemplo, Tulio Loza imitaba a un cholo. Aunque no hay mucha diferencia entre el esquema que usa Jorge Benavides y él como imitadores, Tulio buscaba un humor más sano a partir de ese personaje de “el cholo de acero inoxidable” (Camotillo). Con esta representación buscaba mostrar alguna superioridad, “porque yo lo digo, porque es así, puedo ser superior”. Pero no trabajaba con situaciones.

¿Qué piensas, Delfina, de que sean hombres quienes representan a la mujer andina?
Es un recurso para hacer reír. El solo hecho de ver a un hombre vestido de mujer provoca risa, como los payasos que salen por la calle y se ponen globos para llamar la atención. Es una pena por los hombres, porque no son capaces de llamar la atención sin utilizar aditamentos que pertenezcan al sexo femenino (risas). Ni siquiera está presente el respeto por los personajes, como lo planteaba Shakespeare.

En los años setenta representaste en la televisión a Evangelina, ¿cómo construiste este personaje?
Fue a partir de la obra de teatro «La chicha está fermentando» que escribe en 1963 Rafael del Carpio. «La chicha está fermentando» es una obra clave porque todos los personajes, con excepción del juez, son cholos… cholos emergentes. Después de hacerla descubrí que podía encarnar a un personaje andino con bastante soltura, sobre todo con sinceridad. A medida que interpretaba al personaje se me venían imágenes de personas que había conocido y las ponía en escena.

Considero que con esta obra Rafael del Carpio fue un precursor. En ella se ve cómo el andino, el indio, el autóctono del Perú, pasa por las etapas de ser cholo, mestizo y señor. Lo importante para él es adquirir la parte exterior, para poder ascender en esa escala de valores —esto te lo cuento a partir de mi experiencia de haber vivido en la sierra, en el Cusco—. Por ejemplo, al indio que ha dejado la ojota, que se viste con la bayeta (tejido con el que se hacía la vestimenta) y pasa al tocuyo y ya dice algunas palabras en español, se le considera cholo. Para considerarlo mestizo, debe tener algún ingreso económico superior al del indígena. Todos estos pasos tienen que ver con la vestimenta y el poder adquisitivo de cada uno. Por eso cuando se habla de racismo si el indio o cholo tiene dinero, puede llegar a ser una persona respetable. Seguramente él no va a sentirse incómodo de que alguien se burlara de él, pues tiene dinero.

¿Es un problema de identidad por un estatus social?
Creo que el dinero marca la diferencia, a tal punto que en este momento, y es muy doloroso decirlo, el que tiene un estatus económico ligeramente superior trata al otro con un gran desprecio. Esta es una forma de negarse a sí mismo. Para mí ese es el problema mayor, porque si tengo consciencia de lo que soy no me importa que mi aspecto físico no sea igual a los que aparecen en la televisión. Yo me digo que soy indio, tengo consciencia, leo, soy una persona instruida… Esto último también es parte del problema: eres o no eres instruido. El tema es bastante complejo.

¿Has vivido alguna situación donde la gente niegue su identidad?
Me sucedió en Tungasuca, Cusco, el 2005, en un taller de teatro que dictaba. Les pregunté a los niños quién fue Francisco Túpac Amaru, que era el nombre del colegio donde realizaba esta actividad. Hubo un silencio rotundo. Finalmente, un niño dijo “un gran hombre”. Fernando, creo, no llegó a cumplir los dieciséis años. Era el hijo menor de Túpac Amaru. Luego seguí conversando sobre este personaje y en algún momento dije “Fernanducha”. Los niños soltaron la carcajada. Me quedé helada. ¿Qué significaba ese reírse de “Fernanducha”? “Cha” en quechua, es una forma despectiva de llamar a alguien, del indio, del cholo del que te puedes burlar. Ellos se rieron porque piensan “Yo de ninguna manera soy indio, ni cholo, ni tengo nada que ver con eso. Yo me río del que lleva ese nombre”. En cambio, si los llamaran “Juanucha” o “Fermincha” no se reirían, pues sentirían que los menosprecian. Esta situación se da por todo el desprecio que existe hacia lo que somos.

¿Qué crees que se entiende por “cholo”? ¿El uso de esta palabra ha cambiado?
Desde Lima se ha generalizado el llamar cholo al que venía de la sierra. También se le llama serrano como sinónimo de cholo. Pero es en la sierra, como te comenté, donde las formas de jerarquía entre indio, cholo, mestizo, señor se ven con claridad. Al indígena en la época de los hacendados se le trató peor que un animal… Una vaca, un chancho o una gallina valían más.

¿Cómo se refleja ahora?
Mira cómo se transmite por la televisión. Genera que la gente piense “como es chola, es cualquier cosa”.

¿Cómo ves la representación que se hace en la televisión de los migrantes andinos?
No puedo decir exactamente que se burlen de la ignorancia. Por ejemplo, en uno de los episodios de Evangelina cuando comienza a trabajar ella no sabía cómo utilizar la licuadora, se asusta. Y su patrona la critica por ignorante. Entonces, Evangelina le dice: “Pero señora, tó tampoco, se vas a mi tierra, podréas manejar pushquita para helar laneta. Que despoés te vas a vester to abrego. No podreas, ¿no es ceerto? Eso yo sé me lo sé. No sabréas tampoco coando hai que recoger habas”. Evangelina admitía lo que no sabía, y le demostraba a su patrona que habían elementos de la cultura andina que no conocía. Es importante enfocarlo así, porque una cultura no es menor que la otra. ¿Quién es el ignorante?

¿Cómo llegó Evangelina a la televisión?
Un día me llamó Alberto Terry, gerente de canal 13 (Panamericana en ese momento), y me dijo:  “Usted tendría que hacer un programa”. Entonces, llamamos a Rafael del Carpio, director de la obra de teatro, y escribió un programa que se llamaba “Se necesita muchacha”. Fue él quien le puso el nombre al personaje de Evangelina. Yo pensé en un nombre más autóctono, más cercano a los nombres andinos, pero nos quedamos con Evangelina.

¿Tuvo éxito esa primera temporada?
Fue en 1972, grabamos solo cinco programas. Me dijeron que no había captado el interés, a pesar de que la idea era hacer algo cómico, de entretenimiento, con este personaje que era una empleada del hogar y quedó ahí.

¿Cómo era la estructura del programa?
Lo nuestro no era un sketch, sino un episodio de la vida real dentro de la historia de los personajes. Cada episodio tenía principio y fin.

Y los personajes…
Evangelina y Rosalía que eran dos hermanas. Ella era la consciencia de Evangelina que ya había estado en Lima y se había acostumbrado a la ciudad. Eso asombraba a Rosalía que recién venía de la sierra. Era ella quien preguntaba y criticaba lo que veía en la capital. Además, tenían una tía, una persona absorbente y que las siguió a Lima. Esta tía quería aprovecharse de las dos hermanas para ver si recibía alguna ganancia del trabajo de ellas. Esta tía tenía un hijo un poco ingenuo que pretendía a Evangelina. Eran ocho personajes en total.

¿Luego retomaste el personaje unos años después?
En 1974 Terry me vuelve a llamar para retomar el programa. Entonces fui a buscar a Rafael del Carpio pero no podía redactar el guión. Y me atreví a escribirlo yo: era como el burro flautista que tocó la flauta por casualidad, con un miedo terrible.

¿Y qué sucedió?
Con ese guion fui a Panamericana y le cambié de nombre al programa. Se llamaría como el personaje principal “Evangelina”. Me dijeron que posiblemente lo sacarían. Al poco tiempo me llamaron y volví a la televisión con Tulio Loza que estuvo vetado durante el Gobierno de Velasco, cada uno con su programa. Pero antes de volver pedí se atendiera el pliego de reclamos de la A.A.A. (Asociación de Artistas Aficionados), de la que era la secretaria. Así regresamos los dos. Él los sábados, el día más importante, y a mí me dieron los domingos a las ocho de la noche.

¿Cómo recibieron a Evangelina nuevamente?
Te cuento una anécdota. Si bien estaban los militares en el Gobierno y ellos controlaban los medios de comunicación, quienes manejaban los contenidos de los programas eran los directivos del canal. Sin embargo, sucedió que le sugirieron al ministro de Educación, el general Miranda Ampuero, que cómo era posible que un programa como este siguiera en el aire, pues hacía críticas a la revolución peruana. Para mi asombro el mismo general Miranda Ampuero comentó que estaba muy bien que el programa sea crítico, porque eso le permitirá al Gobierno enmendar lo que está haciendo mal. Pero emitieron solo quince programas, aunque llegamos al 32.5% de audiencia. Imagínate que una vez vino un periodista de El Clarín de Argentina a entrevistarme, porque era el programa que más se veía después del fútbol.

¿Por qué se canceló el programa?
Como la gente se quedaba pensando después de ver el programa, además de generar discusiones sobre lo que se había planteado, eso no le convenía al canal. Ellos querían que la gente después de ver un programa no pensara ni analizara… Solo debían reírse de cosas banales. Sin embargo, el programa fue bien recibido por jóvenes, personas mayores, intelectuales, porque todos reconocían algún aspecto de ellos en el programa. Por ejemplo, Carmen Comte, encargada de cultura de la embajada de Francia, me comentó que se reunía con sus compañeros de trabajo a ver el programa en su casa. Hasta ahora pasa que alguna persona me pregunta: “¿Y usted no hacía a Evangelina?”. Y se acuerdan de algún episodio.

¿Cómo era el trato que se le daba al humor?
Jamás en el programa se utilizó algún golpe, manotazo, ni broma de doble sentido para hacer reír a la gente. Se hacía crítica a partir del humor sobre un personaje de la sierra… Estoy recordando un programa:

La patrona de Evangelina, que conducía el programa de televisión “Femenina mujer del pueblo, escúchame”, en donde se hablaban de temas poco cercanos al pueblo, viaja sorpresivamente a comprar ropa a Miami, como solían hacerlo algunas personas pudientes para venderla acá. Entonces, la deja a Evangelina, acompañada por Rosalía —su hermana—, como responsable de la casa donde viven los sobrinos de la patrona. Y no hay qué comer. Ella tiene que ver cómo conseguir comida y se pone a buscar trabajo. Revisa los anuncios de los periódicos y encuentra uno cuyo requisito es “buena presentación”. Rosalía le pregunta: “¿E cómo será eso de buena presentaceón que dece acá?”. Entonces, Evangelina le responde: “Que tó tenes que decer, pues, me presento que yo soy Evangelina. Eso será.” “Ah, ya”. Entonces va al lugar del trabajo donde había chicas muy bien arregladas, mientras ella va con sus ojotas, con su ropa andina. La situación proponía que se burlaran de ella, pero solo generó algunas sonrisitas, nada más. Para obtener el trabajo las chicas debían contestar unas preguntas sobre temas históricos. Quien contesta correctamente es Evangelina. Entonces, el señor que plantea las preguntas quiere ayudar a las chicas bien arregladas para que alguna conteste y se quede con el trabajo. En ese momento sale el jefe y pregunta por quien ha contestado correctamente: “¿Ha sido la paisana?” “Sé, yu he cuntestado bien”. Y el que planteaba las preguntas le dice a su jefe: “Pero mire usted las ojotas, cómo está vestida”. Y el jefe le contesta “Puede ser un atractivo para los turistas. La vamos a tomar como empleada”. La idea era plantear una escena de racismo, de lo que es esta sociedad. No importaba que Evangelina haya estudiado más que las chicas bien arregladas, pues por su aspecto siempre sería discriminada.

¿Qué pasó después de cancelado el programa?
Evangelina comenzó a salir a las calles. Comenzó a aparecer en actos públicos. Por ejemplo, en el año 1986, un año duro por el terrorismo, el Obispado realizó un simposio para discutir sobre ese problema, e invitaron a Evangelina. Los panelistas eran representantes de partidos políticos como Luis Bedoya (PPC), Héctor Vargas Haya (Apra), Enrique Bernales (IU) y otros más. Al final, le piden a Evangelina comentar sobre lo que ellos habían hablado… Imagínate.

¿Luego llevaste a Evangelina al teatro?
Sí, a partir de esas representaciones públicas. Un día me invitan a representar un monólogo en la A.A.A. y no tenía nada preparado, porque por lo general mis comentarios eran respecto a una situación del momento. Entonces, pensé que debía recurrir a la historia. Así escribí el monólogo «Evangelina retorna de La Breña».

¿De qué trata ese monólogo?
Evangelina es mayor. Ha aprendido a leer con dificultad. Es una vendedora del mercado; regresa de noche a su casa con las papas que no ha podido vender. Al día siguiente tiene que volver a las cinco de la mañana a La Parada, pero está con sueño y se acuerda que no ha leído la lección que le dejaron, que trata sobre el combate de Iquique. Y empieza a leer que Cáceres salió desde el Cusco… En ese momento, 1992… un bombazo… Apagón… Disparos y Evangelina se queda dormida. Y comienza a soñar que es la rabona (mujer que solía acompañar a los soldados en el siglo XIX) que está en la campaña del sur con Cáceres. En el segundo cuadro Evangelina está en Tarma, en el momento en que las guerrillas de Cáceres se van a Huamachuco, pero está a punto de nacer el hijo de la Mamay Antonia. Pero Evangelina no quiere quedarse, porque ya ha muerto su marido y el de su amiga. Quiere volver a su tierra. Empieza a recordar la etapa de Tarapacá, mientras arregla su ropa. Sin embargo, nace el niño de Antonia y llora. Entonces, se da cuenta de que no puede irse porque hay un niño que cuidar.

A quien Evangelina le va contando lo que le sucede es a la bandera peruana que está remendando, a quien le dice “Estuy corando tos heredas”. En ese momento su amiga la llama y ella despierta. Se da cuenta que todo ha sido un sueño, que se ha quedado dormida con el libro de historia en las manos, y se pregunta: “¿Y la banderita, dónde está?”

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(*) Escrito y publicado originalmente en marzo de 2014 para La Mula.