CRIMEN SIN CASTIGO
Escribe Eliana Fry García-Pacheco (*)
Olivia desciende las escaleras en un esfuerzo denodado por bajar una maleta. ¿Sale de viaje? ¿Por qué nadie la ayuda? ¿Vive sola? Son las primeras preguntas que asaltan al espectador al escucharla casi gemir por el trabajo que le representa movilizar el trasto. Sin embargo, es muy poco el cuidado que tiene al maniobrarlo. “Si poco cuidado tiene, poca estima le tiene”, infiere uno; nada importante debe haber dentro. Pero ya en el primer piso y frente a la platea, ella describe el asesinato de García, su marido (o ex, según se vea), a quien apuñaló tras descubrirle una infidelidad. Ha separado todo en bolsas, procurando no mezclar las extremidades inferiores con las superiores. El pene, aparte. “Los hombres no son solo infieles con los genitales. Quien es infiel lo es con todo el cuerpo, especialmente con la mente”, afirma.
Así inicia “Dos hermanas”, comedia escrita por el colombiano Fabio Rubiano, reconocido actor de TV en su país (incluyendo la serie “Escobar, el patrón del mal”). No obstante, desde la primera escena la obra se torna tediosa de seguir. No porque entrañe complejidad alguna, todo lo contrario. El devenir de la historia nos recuerda las características del vodevil francés de finales de siglo XIX: es una comedia ligera, de enredos amorosos y equívocos sentimentales. Si bien no cuenta con cantos ni números musicales, el código de actuación está lleno de exageraciones –casi de sainete–, quedando en uno más como una falencia de interpretación.
Aclaremos, no nos oponemos al teatro de entretenimiento. Ni siquiera al deseo de querer montar un vodevil en pleno 2018 (como si nuestro teatro no estuviese evolucionando, explorando y creciendo como para necesitar más obras de este género). De hecho, la primera actriz Lucía Irurita, madre de ambas, se despidió de los escenarios en el 2017 protagonizando uno: “La estación de la viuda”, el cual disfrutamos muchísimo. El problema es que “Dos hermanas” no es un vodevil. Aunque entendemos que no está dirigido como tal, seguimos sin comprender por qué cae en los facilismos y efectismos de este. El melodrama no es el problema pero sí el disfuerzo. Y acá es constante. Sucede que la comedia no puede carecer de drama. No van escindidas.
Todo ello hace que el texto quede en la frivolidad. Escrito en 2004, se supone que es una crítica al machismo que impera en la región. Habiendo dos mujeres en escena, se desprende que el género femenino no solo lo sufre sino que también lo ejerce. Retomando, Olivia (Cécica Bernasconi) descubrirá que la amante de su esposo es su hermana Alís (Sandra Bernasconi). No estropeo el desenlace con este dato ya que la obra también se torna predecible. Pero nótese que esto no es solo un error de interpretación del texto. Es un error del escrito en sí mismo, a pesar del vasto y galardonado trabajo del dramaturgo: no es esta su mejor obra.
Como lejos está de ser un montaje destacable de Edgar Saba, quien no dirige desde que dejó la dirección del Centro Cultural PUCP en 2015. Su trayectoria no es menos impactante. Saba nos ha regalado maravillas como “El rey Lear”, puesta en el incendiando Teatro Municipal. De sus trabajos últimos, difícil no recordar “Dueto en mí”. Y lo traigo a colación porque el trabajo de sutilezas que consiguió con Jimena Lindo en el protagónico, nos habla de su inmensa capacidad para el desarrollo de una dramaturgia actoral que aquí está velada. Es cierto que la comedia no es el fuerte de Saba, lo ha admitido en varias entrevistas. Y de los pocos aciertos está en el símbolo que se exacerba al tener en las hermanas a dos gemelas. Pero creemos que esto fue más un albur que una decisión buscada o la razón por la cual decidir montarla.
Empero, cuando releemos lo escrito por él en el antepenúltimo capítulo de su libro “Bertolucci nunca vino a cenar”, que “la cultura es la suspensión del tiempo, el momento en que todo se paraliza y podemos repensar la realidad, visionar la muerte y reinventar nuestra propia vida”, nos cuesta creer que sienta que un texto como el de “Dos hermanas” colaboré en esa reconstrucción, en ese hálito humanístico que implica la experiencia teatral. Porque, hay que decirlo, la obra no cuestiona ni critica el machismo. Desde esta exposición primaria ni siquiera invita a la reflexión. Se supone que los personajes van tomando conciencia de su sumisión. ¿Cómo ocurre? Cuando se enteran que había una tercera mujer, entonces, ninguna era única. ¿Qué deciden? Matarlo juntas. Si bien el final es abierto y esto no se asegura, la sola posibilidad de presentar esta acción como una forma de reconciliación entre ambas y creer que así se contribuye a disminuir la violencia y hasta el desamparo cultural que infringe el machismo diariamente, es una incoherencia.
Así con todo, tenemos mucha expectativa por el próximo montaje de Saba, escrito también por él: “¿Quién mató a José María Arguedas?”
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(*) Texto original del publicado en la columna de crítica teatral de la Revista H, edición 83 en octubre de 2018.